Osiris Gómez y su Mundo de Sueños
Osiris Gómez nos anuncia una nueva exposición de su quehacer pictórico titulada «Tributo a los Sueños». En esta se recrea su mundo de oníricas instancias para darse en creación gloriosa, con la fuerza irrefrenable que lo impulsa desde el cielo, lleno de esa gracia divina que le señala un escaño luminoso en el mundo del arte. En ocasión de su valiosa exposición en el Voluntariado del Museo de Las Casas Reales, que el bautizó «Canto a la alegría», porque en todos sus cuadros tremaban con esplendor de equilibrio y de luz la euforia de vivir, traj irnos a nuestra ponderación del arte Osiriano dos citas importantes: Una de Juan Bosch, quien expresó en uno de los desfogue de su apasionada naturaleza: «Osiris es el Dalí de las Américas», y la de la bien ponderada crítica de arte doña Marianne Tolentino quien lo de-finió corno «sincero, preocupado y tra-bajador». Y mas que eso, afirmamos su éxito y su fuerza creadora se deben a sus ojos zahoríes para captar la belleza, a su pertinacia devocional en su que-hacer artístico y la divina vibración creadora que acucia su alma. A todas estas cosas, añade Osiris, un elevado afán de cultura, que debe ser, no hay que dudarlo, también es-tímulo de sus ansias. Por eso su pre-sencia se hace grata en el momento del coloquio o la confidencia. Ciertamente: El surrealismo, que nace hacia el 1918 y se renueva entre 1925 y 1930 —pareciendo desfallecer en el 39, llega tarde a Santo Domingo y se difunde a través de la «poesía sorprendida», pero no pierdan de vista que después de esa fecha florecen en América los movimientos afines y que hacia 1944 Pablo Neruda entre otros campeaba por el mundo de los sueños en sus versos fundamentales. Los sueños están ahí: yacen en nosotros y pueblan en los ensueños. Los sueños se hacen —dice Shakespeare, de los mismos materiales que la vida, si es que la misma vida no es un sueño, como pensaba Calderón. Es en ese mundo de deformadas imágenes donde se gesta la obra del pintor, porque la pintura de Osiris Gómez —mágica conjunción de equilibrio y color— es impulso de fuerza creadora, pero en esencia y es imposible dudarlo—, un inconmesurable impulso de amor. El amor, que para Platón es recrearse en la belleza, es aventura solitaria pero soledad ansiosa de nueva soledad —dos soledades en una—. Con este concepto, Osiris se refugia en Dios—, que es el supremo amor y se da al mundo en el pequeño milagro de la creación. Y, aunque todo esfuerzo creador es angustioso, el artista se las arregla para el naufragio y las nítidas aguas de la serenidad.